01 May
01May

La experiencia religiosa en el delincuente es muy rica y variada. En  muchos de los allanamientos en que nos tocó participar verificamos que  en las puertas de las casas era muy frecuente hallar litografías de  santos, algunas veces acompañadas de una penca de sábila o un trozo de  pan. El uso de medallas con la figura de San Lázaro es una constante.  Dentro de las billeteras comúnmente se encuentran oraciones y  postalitas, así como “resguardos”. A propósito del escándalo desatado  hace unos meses en Santo Domingo tras la puesta en libertad de la  denominada “Reina del Extasis”, la misma, tras ser entrevistada en  E.E.U.U. atribuyó su liberación a la influencia de los “espíritus”.  Investigaciones posteriores demostraron que los susodichos seres eran de  carne y hueso y que actúan por móviles nada sagrados.

Contrario a lo que pudiera esperarse el Hombre Delincuente es  profundamente religioso. Leoncio Ramos, nuestro más destacado  criminalista, nos dice al respecto: “Ferri no encontró sino un ateo  entre 700 asesinos; Havelock Ellis afirma que en las prisiones es cosa  rara entrar librepensadores, y que, según J.W. Horsley, Capellán de  prisiones inglesas, sólo encontró 57 ateos entre la cifra de 28,351  delincuentes; Laurent afirma cosa igual; y asimismo Muller y Joli  afirman que entre los ejecutados en París, en el curso de veinte años,  sólo uno rechazó los auxilios espirituales en los últimos momentos…Por  todo lo dicho, no creemos que pueda ponerse en duda que la delincuencia  es menos común entre los no religiosos que entre aquellos que profesan  un credo” (Notas para una Introducción a la Criminología p. 275-276).  Lamentablemente esta obra no ha sido publicada formalmente y de ella  sólo existen copias mimeografiadas.

Gabriel García Márquez, en “Noticia de un Secuestro”, libro que narra  uno de los episodios de mayor tensión en la narcoguerra que  protagonizaron “Los Extraditables” y el Estado colombiano, nos relata la  extraña coincidencia de pensamiento que tuvieron el General Miguel  Alfredo Maza Márquez, Director del Departamento Administrativo de  Seguridad (DAS) y el Padrino de los narcos, Pablo Escobar Gaviria. El  Premio Nóbel de Literatura nos dice: “Para él la guerra contra el  narcotráfico era un asunto personal y a muerte con Pablo Escobar. Y  estaba bien correspondido. Escobar se gastó dos mil seiscientos kilos de  dinamita en dos atentados sucesivos contra él: la más alta distinción  que Escobar le rindió jamás a un enemigo. Maza Márquez salió ileso de  ambos, y se lo atribuyó a la protección del Divino Niño. El mismo santo,  por cierto, al que Pablo Escobar atribuía el milagro de que Maza  Márquez no hubiera logrado matarlo”.

Finalmente el Divino Niño se quedó con Maza y Escobar fue acribillado  por miembros del Cuerpo Elite el 2 de diciembre de 1993, un día después  de su cumpleaños, cuando se entretuvo hablando más de la cuenta por el  teléfono y su llamada pudo ser triangulada por un GPS. Hace poco, cuando  leíamos “Mi Confesión” nos enteramos que Carlos Castaño, jefe de los  Paramilitares, tuvo participación en la producción de “inteligencia” en  el operativo en que se le dio de baja al decano de los narcos.

Alonso Salazar nos cuenta que cuando “El Patrón” formalizó su entrega  ante el sacerdote García Herreros pidió que le bendijera una medallita  de la virgen que llevaba puesta; en ese mismo acto los guardaespaldas  que le acompañaban, algunos de los cuales tenían en su haber cientos de  muertos, se arrodillaron y pidieron al Padre que los confesara y que les  diera su bendición. Horas después ingresaban a la cárcel que  denominaron “La Catedral”, de la cual Escobar terminaría escapando.

Una anécdota curiosa es la de un tal Toño Molina, narcotraficante  colombiano de la década del 70, quien tras cometer cada nuevo asesinato  salía corriendo al confesionario a poner al cura al tanto de  sus pecados.

Cesare Lombroso nos dice  acerca de los reclusos que “la mayor parte  de ellos, sobre todo si se trata de campesinos, es creyente, aun cuando  se haya formado una religión estrecha y acomodaticia, que hace de Dios  una especie de benévolo tutor de los delitos… Tortora, que había dado  muerte  por su propia mano a doce soldados y también a un sacerdote, se  creía invulnerable porque llevaba en el pecho la hostia consagrada…  Religiosísimo, y de familia santurrona inclusive, era Verzein,  estrangulador de tres mujeres” (Medicina Legal, vol. I. P.130-131). Todo  lo cual se explica, según el padre de la Criminología, porque la  religión “es la supervivencia de un sentimiento atávico y, salvo en la  barbarie absoluta, crece tanto más cuanto más  inculto y primitivo es el  pueblo; y después, porque, como ha observado ingeniosamente Ferri, la  religión no es por sí misma la moral sino la sanción de la moral”  (Lombroso, op. cit. P.132).

Años más tarde Freud daría a conocer ideas similares en “El Porvenir  de una Ilusión” y “Moisés y el Monoteísmo”, obras que nos abstenemos de  comentar por razones de espacio pero que sugerimos leer (recomendamos la  edición de las Obras Completas, en tres volúmenes; traducción de Luis  López-Ballesteros y prólogo de Ortega y Gasset. Biblioteca Nueva;  Madrid, España, 1973).

El perfil religioso del criminal se manifiesta además en el uso de  tatuajes alusivos a cuestiones de fe. Es frecuente observar cruces,  Biblias e imágenes de santos. En cierta ocasión tuvimos la oportunidad  de apreciar una auténtica obra de arte tatuada sobre toda el área del  tórax de un recluso. Se trataba de la figura de Jesucristo en cuyo  centro había un corazón espinado y sangrante. La figura se destacaba aún  más por el contraste que hacía con la piel blanca del sujeto, los  efectos luminosos que le aplicaron y el hecho de que el artista se cuidó  de que el corazón de ambos coincidiera en el mismo punto.

Al tratar este tema no podemos pasar inadvertida la Oración del Santo  Juez: “Señor, líbrame de mis enemigos. Si ojos tienen, que no me vean.  Si manos tienen, que no me agarren. Si pies tienen, que no me alcancen.  No permitas que me sorprendan por la espalda. No permitas que mi muerte  sea violenta. No permitas que mi sangre se derrame. Tú que todo lo  conoces, sabes mis pecados pero también sabes de mi fe. No me  desampares. Amén”. Recientemente conocimos otra versión de esta plegaria  en la obra “Confesiones de un Delincuente”, de la autoría del  colombiano José Navia.

En la República Dominicana tenemos una obra muy completa respecto a  la relación entre religiosidad, superstición y delito. En ella se  transcriben algunas versiones de oraciones muy conocidas, como la de la  “Santa Camisa”. Se trata del libro escrito por M. R. Cruz Díaz en 1945 y  que lleva por título “Supersticiones Criminológicas y Médicas”. En esta  obra se complementa la teoría con vivencias propias del autor en  ocasión de desempeñarse como Juez de Instrucción en Santiago y la  Provincia Duarte (San Francisco de Macorís). Es un texto tan completo  que incluso lleva anotaciones jurisprudenciales sobre el tema.

En familias en  que no existe la figura paterna y que por tanto la  autoridad y responsabilidad recae sobre la madre se nota una mayor  devoción por la Virgen. Así vemos que un recluso del penal de Bellavista  (Colombia) expresa: “Nosotros le rezamos a Chuchito y a la Virgen, pero  sobre todo a la Virgen porque ella es la Madre de Dios, y la madre es  la madre, aquí y en cualquier parte”. Más adelante agrega: “Creo en Dios  y en la santísima Virgen y siempre vamos es pa’delante. La Sagrada  Escritura prohibe matar, yo entiendo que no se debe matar cristianos.  Pero aquí no matamos cristianos sino animales. Porque una persona que  tenga inteligencia no mata a un trabajador para robarle el sueldito y  dejar aguantando hambre una familia. Ni los animales hacen esas  maldades. Como cristianos creyentes nos defendimos y nunca me ha  remordido la conciencia, a pesar de tanta sangre”. ( Alonso Salazar. “No  Nacimos P’a Semilla”. P.76).

En situaciones como estas la religión subsiste con fuerza  extraordinaria. Sólo que en esta modalidad Dios ha sido destronado. La  Virgen le ha dado golpe de Estado.

Esta visión distorsionada de la religión no es exclusiva de los  delincuentes. Muchos Criminaloides que pululan por la calle, gente  aparentemente “normal”, tienen ideas parecidas, inculcadas por la  educación que reciben. El buen comerciante reza para que le salga bien  el negocio en que piensa engañar a alguien y el sicario lo hace para que  no le fallen los tiros, para que el “trabajo” le salga bien y no lo  descubran. Sobre este particular cabe destacar el uso de balas  “rezadas”, las cuales se hierven en agua bendita previo a colocarse en  el arma. En “ La Virgen de los Sicarios” (Fernando Vallejo, Alfaguara,  1994) y “Rosario Tijeras” (Jorge Franco Ramos, Plaza & Janés, 1999) se destaca la práctica de este ritual así como las oraciones a María Auxiliadora, patrona de los sicarios.

Especialmente ilustrativa de este tema es la  muy conocida obra de  Germán Castro Caycedo, “La Bruja: coca, política y demonio”. Aquí se  traza un bosquejo histórico de los orígenes del narcotráfico en Colombia  y su relación con la alta política. Todo a la luz de una amalgama de  catolicismo ortodoxo y hechicería. Este libro fue prohibido por los  tribunales del Departamento de Antioquia, pero luego la Sala Plena de la  Corte Constitucional revocó el fallo. Lleva más de 10 ediciones y las  últimas contienen la sentencia como anexo y algunas glosas. Realmente  vale la pena leerlo.

Quienes leyeron “El Padrino” y “El Siciliano” de Mario Puzo  recordarán la profunda devoción de la famiglia Corleone. Salvatore  Giuliano antes de ejecutar al barbero que lo traicionó le concedió un  minuto para que hiciera las paces con Dios. Del mismo autor es “Los  Borgia”, su obra póstuma, la cual tuvo que ser concluida por su  compañera Carol Gino. Antes de morir Puzo se refirió a esta novela de  carácter histórico como “otra historia familiar”. En ella se recrean los  pecadillos y travesuras del Papa Alejandro VI y sus hijos: Asesinatos,  envenenamientos, traición, robo, usura, incesto, etc. Con razón el libro  lleva el subtítulo “la primera gran familia del crimen”.

En “Hannibal” Thomas Harris nos describe al Dr. Lecter con los ojos  piadosamente cerrados mientras se bendice la cena y agrega que el  apóstol Pablo no lo hubiera hecho mejor.

Vease mas en: http://www.sindioses.org/escepticismo/religdelinc.html

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